El cabello rubio y la tez blanca distingue a William Camacho entre una multitud morena, también discrepa entre los demás por tener las arrugas más pronunciadas y caminar más lento, tiene 63 años y es uno de los veteranos en el periplo rumbo a Estados Unidos.
William es conocido entre los centroamericanos que integran la caravana migrante como el “Donald Trump”, se ríe de las bromas y otorga “visas” y bendiciones a quien lo solicita.
Viaja con una mochila a la que ha amarrado una colchoneta y una cobija, su experiencia le dicta que a pesar de la incomodidad de viajar con tal carga las noches frías previas al invierno mexicano le exigirán el abrigo que otros tiran a su paso.
Salió desde el departamento de Chontales en el municipio de Juigalpa en Nicaragua, zona golpeada por la pobreza extrema de acuerdo con el Instituto Nacional de Información y Desarrollo, ahí se dedica a la hojalatería, negocio que asegura a veces «no da ni para comer».
Cada nuevo paso lo acerca al anhelado “sueño americano”, que hasta ahora sólo conoce de habladas, “he oído decir que las calles son derechitas y bonitas, que hay mucho trabajo, parques, todo bien cuidadito”.
Su travesía lo acerca a los dólares que valen por más de 30 córdobas de su país. Asegura no tener ambiciones vagas, sólo quiere buscar una cura para su nieta de 20 años de edad, muda.
William logró lo inimaginable, atravesó tres países antes de llegar a México: Nicaragua, Honduras y Guatemala, la hazaña que logró a lomo de tráileres, caminando y en autobuses lo tiene ahora en la Ciudad de México.
“Le pedí tanto a Dios y mira ya me tiene hasta acá, le pedí la fuerza de un búfalo y hasta ahora lo he conseguido, me siento muy fuerte, como si el viaje hubiera iniciado ayer y no hace más de un mes”.
Los rayos del sol han envejecido su rostro como si los días de camino hubieran sido años, su cara y su cabello sucios dan muestra de las dificultades que hasta ahora no han bastado para vencerlo, recuerda a cada paso, a su hija de 35 años, a su hijo que murió, a sus nietos, hermanos y sobrinos, él representa a todos, es la esperanza de los que se quedaron atrás, eso lo llena de orgullo.
No tiene familiares en Estados Unidos, de llegar, sería el único de su estirpe que alcanzaría el anhelado “american way of life”, que ve cada día en sus sueños y más ahora que todos le recuerdan su “parecido” con el presidente de la potencia.
Sabe que no será fácil, “hace rato me le hinqué a Dios y le he dicho mándame para Estados Unidos quiero llegar, pero si tengo que retroceder aceptaré tu designio y me quedaré en donde me digas”.
De México dice que es un país con muchas personas nobles, aunque como en todo “hay buenos y malos”, agradece las atenciones y la comida.
Cierra los ojos, traza mentalmente su ruta, dice que no parará, jura que llegará y cierra el puño de su mano adelgazada en los últimos días.
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